*
La
llave no parece de puerta, sólo de armario.
(Chambre de bonne: las habitaciones para el
servicio doméstico, derivadas en apartamentos, en recovecos alquilables.)
Unidas,
dos tablas dan la forma de un baño. Guiada, al lado, otra establece la medida:
tabla arriba, buhardilla para la cama; tabla abajo, perchero y salón.
Hay
un cuadro de invierno en el hielo, como la portada para un vinilo de
villancicos. Hay una escalera metálica de obra. Hay dieciséis posavasos
decorados con patos, colocados por orden cromático. Hay nueve muñecos de caramelos
PEZ, alineados en un reglero junto a la nevera.
El
casero me da el listado -aquello que he visto, aquello que aún no he visto- en
un recibo verde con emblema de dragones. Firma Georges Henri Bolliet. Es
vietnamita.
*
No
es resaca, más bien la ligereza cuando falta sueño, la desorientación.
Primero
una calle árabe, el espacio entre dos estaciones de metro. Después una calle
china.
Domingo
de bodas, novios con trajes perla, novias con vestidos amapola.
Los
tenderetes entre las tiendas, el mercadillo y los comercios: coles blancas,
flores de calabacín, sangre de pato, metros de cable, dvds eróticos con
actrices chinas. Pastelillos de soja y cacahuete, gomosos como chicle.
Canalones empapelados con anuncios en ideogramas, mensajes imaginados por las
cifras: quizá esto sea un alquiler, quizá
esto sea un coche.
*
sans avoir besoin d'évoquer l'histoire pour animer les
vieilles pierres et émouvoir le cœur des visiteurs par des réminiscences plus
ou moins factices, émotions baedekeriennes ou joannesques
*
Después
de Choisy-le-Roi, cuando el tren se desvía hacia el aeropuerto, entre unos sembrados
de berza, hay tres vagones de carga apartados de los raíles.
Las
toallas en las puertas, la ropa puesta a secar en tendales.
*
-Pero
no quiero levantarme... Podríamos quedarnos en el parque cuando cierren...
-Si
nos hacemos los muertos...
-Mira,
vuelve el sol...
-Sous
le so-leil e-xac-te-ment
-Sólo
faltaría que ahora apareciese Gainsbourg...
-Eso
sí probaría que estamos muertos.
*
Rue
Saint Denis, como un corte en la estructura.
La
fuente de los Inocentes, un resto de cementerio trasladado a una plaza de
reunión adolescente. Detrás Les Halles, las verandas dedicadas a los poetas
junto a la estación arqueada. Pasan grupos mestizos, mulatos en ropa de
hip-hop. Le rap c’était mieux avant.
Las palabras se entrecortan, se giran una, dos veces. (Los blancos los llaman bling-bling, dan con la boca el
centelleo de las cadenas y los anillos.).
Después,
los cines porno, los clubes. «Masaje tailandés completo. 50% de descuento a
militares. Satisfacción garantizada». Los sex-shops, carteles anunciando la
nueva legalización del popper.
La
esquina de los camellos. Los falsos
discretos.
La
zona de las prostitutas. La tensión distinta en cada rostro, los vendedores,
los proveedores, las mujeres que se disimulan en los portales. Al principio, la
zona de las ancianas; más tarde, las africanas con chaquetas de cuero; al
final, las asiáticas, junto al supermercado, disimuladas como esposas que
esperan.
La
Puerta de Saint-Denis. El arco del triunfo como hilo del Imperio.
La repetición: como tragedia, como farsa.
La repetición: como tragedia, como farsa.
*
Michel de
Certeau: Los mapas medievales eran relatos: el trazado de recorridos, la
biografía colectiva que se iba formando en los caminos. El mapa moderno no
relata: es instrumental, representa un estado del saber tecnológico.
*
Chez May. Junto a Saint Jacques,
entre las tiendas de historia diseñada, frente al cine donde todos los sábados
reponen Rocky Horror Picture Show.
Es
un escaparate breve, con visillos sucios, con menú amarillento.
La
mujer se mueve despacio, sin levantar las pequeñas zapatillas del suelo, como
si evitara el esfuerzo. Pero las manos escriben deprisa, trocean deprisa la
verdura.
Mesas
de camping, paredes de madera plástica. Cuadros de genios resplandecientes,
mapas de Vietnam. La cocina minuciosa, construida con restos encajados de forma
precisa. Estanterías de muñecos coloreados, dragones de conchas, pequeños osos.
L.
lo nota antes: “Se parece a tu piso”.
*
Habría
que contar la historia de las escaleras, de los huecos de escalera, de las escaleras
de obra, de los altillos.
Me
rozaba el pómulo.
Pronto tendrás arrugas
al sonreír. Me gusta.
*
Las
fotos anónimas, anteriores a Hausmann. Los terrenos desiguales. El empedrado,
casi rozando el sonido. Obreros asomados al agua empozada. Las pequeñas
contraventanas de listones. Empalizadas de huerta. Alguien sentado en una
esquina, con el aura tensa y, a la vez, abandonada de unas calles del Sur. Las
barricadas en Saint Maur. Una constelación de aldeas.
Las
fotos de Patrice Molinard. La misma sensación de pueblo, de abandono, de rincón
que permanece pendiente. Quizá las zonas se han desplazado, se han concentrado.
Pero la población cambia: no hay campesinos, no hay obreros, hay mendigos.
La
historia de la ciudad es una continuidad (Haussmann no es una persona, no es un estilo de época: es un método -
escribe Engels). La estrategia que divide, que reorganiza, que da la nueva
medida oficial. Cuando se eliminan las zonas de independencia, se puede creer
la nueva estructura de dependencia.
*
Bajo
con Rémi a la compra. Calcula por el camino:
-Yo sólo compro en ED. Sólo hay porquería, pero es barata. Lo único importante es fijarse en cuánto cuesta el kilo.
(Lo dice sonriendo. Le alivia ahorrar, sentirse práctico, hacerse preciso).
-Yo sólo compro en ED. Sólo hay porquería, pero es barata. Lo único importante es fijarse en cuánto cuesta el kilo.
(Lo dice sonriendo. Le alivia ahorrar, sentirse práctico, hacerse preciso).
Hay algo de almacén aquí, como si no llegase a ser realmente una tienda. También en la ropa.
Un
grupo de chicos por los pasillos. Podrían ser árabes. Se persiguen, esconden
chocolate en la cazadora, se lanzan las mochilas, como si estuviesen jugando a
esperar una reacción.
La
cajera les grita desde lejos: por qué no estáis en clase.
-No
tenemos, queremos ayudarle a organizar las estanterías.
Comienzan
a cambiar de sitio los tetrabriks de leche.
Un
viejo se les acerca desde otro pasillo. Grita con el cuerpo tensado por una
sensación de odio, como si no quisiera controlarla:
-Colega, lárgate o te hago empapelar.
-Colega, lárgate o te hago empapelar.
Rémi
inicia una frase muy suavemente:
-Señor, no se ponga violento…
-Señor, no se ponga violento…
El
viejo se acerca, sin apenas girarse, de un solo trazo. Al hablar, rebaja el
odio, lo cambia en un acento de desprecio:
-Usted no sabe quién soy yo, aunque esté aquí comprando. No sabe quién soy yo.
-Usted no sabe quién soy yo, aunque esté aquí comprando. No sabe quién soy yo.
Una
cajera pasa a la trastienda, arrastrando el carrito de palés
-Le duele la espalda -dice Rémi-, se nota que le duele, que no puede con el peso. Nunca lo considerarán una enfermedad laboral.
*
Cuaderno de direcciones:
Trousseau,
10
Bernardins,
44
Grouettes,
4
Hautefeuille,
14
Charenton,
194
Saint-Denis,
237
Des
Solitaires, 23
Bachelard:
Sólo habita con intensidad quien ha sabido
agazaparse.
*
Me cansaban las fotos de Willy Ronis. Siempre el instante decisivo, una y otra vez el juego del instante decisivo, como un
mal aprendizaje de Cartier-Bresson.
Hasta que
encontré las fotos de Belleville y de Ménilmontant. Instantes anodinos, sin
búsquedas. Tan sólo la precisión de las formas, de los tonos. La repetición de
las escaleras entre calles, la gestión de las colinas. La brizna aldeana de las
caras. La vegetación de los solares, de las paredes, una marca muy leve de
descuido. Algo que está viviendo.
*
Una ciudad
puede ser la medida del tiempo: el meridiano que sitúa el resto de husos. Una
ciudad puede ser la medida del espacio: el centro que define y delimita la
periferia.
Cuando la
ciudad central deja de serlo, cuando su medida depende de otra, cuando lo
formado comienza a confundirse con lo diverso, ¿la escritura se queda en su
posición previa?
¿O surge
una escritura nueva, subalterna, que no pertenece ya a su historia, ni siquiera
a su ciudad?
Escritura
de suburbio, de mendigo, de emigrado.
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