En el primer capítulo de Neuromante, Case entra en las oficinas de Julius Deane, que están decoradas con "una aleatoria colección de muebles europeos": unas estanterías neoaztecas, una pareja de lámparas de mesa estilo Disney, una mesita tipo Kandinsky y un reloj Dalí.

La aparición de Disney en esa escena es -me parece- una de las minuciosidades geniales de William Gibson. Discretamente, la imagen obliga a recordar que, en el futuro (en cualquier futuro), la mayor parte de los intentos artísticos del pasado se mezclan sin orden, de manera que no existe diferencia entre la mayor parte de las obras que se valoraron en un momento y las que se consideraron secundarias: cualquiera de ellas podrá ser utilizada como Arte-y-Necesidad-Histórica siempre que se quiera.

Pero, además, recuerda, apuntando ya hacia el siglo XX, que todo intento artístico puede ser asimilado mediante una estrategia de éxito y consumo: Kandinsky se convierte en una referencia del mercado de diseño, igual que Disney (igual que Dalí). Y de ahí, también, que los cuadros de Kandinsky inciten mesas, que las películas de Disney sugieran lámparas: imágenes reutilizables, repetidas, producidas en serie para nuevos usos.

Con esa simple mención -Disney- las resistencias de los cánones funden, y emergen las presiones que ocultaban: tiempo, poder, mercado.

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